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El peor Presidente del México contemporáneo

Sergio Negrete Cárdenas

AMLO estaba destinado a ser un Presidente mediocre en la mejor de las circunstancias. Un hombre intelectualmente limitado puede ser un gran líder cuando reconoce aquello que le falta, y se rodea de buenos colaboradores. Una persona abierta a las ideas está en la búsqueda constante de las mejores. Pero López Obrador es soberbio y rígido, un hombre que mira sin ver, oye sin escuchar, al que se le presenta una información, pero no la procesa.

Los largos años de campaña forjaron al López Obrador de la respuesta fácil, la crítica rápida, ideal para el discurso placero. Simplemente, todo era culpa del nefasto modelo neoliberal. De ese diagnóstico erróneo y simplista derivaban propuestas igualmente simples y equivocadas. Todo eran tan sencillo que se hizo una de sus muletillas favoritas: la economía, extraer petróleo, administrar un país, no era ninguna ciencia.

Ya el primer año de gobierno mostró sus enormes limitaciones. Dueño por fin del poder, su error fue (y sigue siendo) creer que basta la voluntad presidencial para que sus deseos se transformen en hechos. Su juventud y vida adulta transcurrió en la plenitud de la Presidencia Imperial, y de ahí su noción que el titular del Ejecutivo lo puede todo. Admirador de clóset de los dos Presidentes anti-neoliberales (Echeverría y López Portillo), nunca absorbió que ambos gobiernos terminaron en desastres.

Quedó claro desde las primeras semanas de gobierno: si la realidad no le era favorable, pues entonces él tenía otra realidad (otros datos). El tabasqueño no cambia sus ideas, sino que vive en una realidad alterna en que estas son un éxito. Por lo menos cuatro de ellas llevarán a que México tenga una crisis mucho más profunda de lo que tendría que ser, con la miserización de millones.

La primera es su fijación contra el déficit público y el endeudamiento. La economía se colapsa ante el frenón económico, y el Presidente se rehúsa a obtener recursos para inyectar recursos con urgencia, sobre todo para salvar empleos.

Esa obsesión está relacionada con la segunda idea: no a los rescates, sobre todo para las empresas (que confunde con ricos empresarios). El político que se forjó atacando bancos de 1995-97 hoy muestra su tozudez mental al reiterar que no hará otro Fobaproa. ¿Política contracíclica como hoy se aprueba en tantos países? Eso es fomentar la corrupción y favorecer a los ricos. El sociópata en plena forma, justificando la inacción que dañará a tantas familias.

La tercera noción de esa realidad alterna es la obsesión por el petróleo. Ni con el barril mexicano a 100 dólares habría funcionado la estrategia de “rescatar” a Pemex, pero a 15 dólares no hay justificación para la locura… a menos que se crea que entonces no se debe exportar y en cambio sí refinar todo en tierras nacionales. Recursos necesarísimos ante el colapso, tirados en un agujero negro alegando una soberanía nacional que en realidad es soberbia personal.

Finalmente, está la creencia en la omnipotencia presidencial. No debe sorprender que el hombre que pensó que podía crear un sistema de salud escandinavo con su firma y diciendo que, listo, el INSABI ofrecía todo para todos (y gratis) se crea que desde diciembre México estaba listo para enfrentar la pandemia global.

Es el México Mágico de AMLO, en el que está haciendo un gran gobierno, una transformación histórica. En el verdadero, su soberbia e ineptitud lo llevarán a ser el peor Presidente en la historia contemporánea.