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El PRI y la construcción de la derrota.

Isidro Galicia/ÁGORA

Tres hechos han constituido una trayectoria perdedora del PRI en el actual sexenio.

La Casa Blanca, los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa y el candidato presidencial, José Antonio Meade.

Todos y cada uno de ellos, han dado curso a la percepción social de un PRI disminuido en competitividad electoral y donde la alternancia del poder se aprecia como una posibilidad  irreversible.

No es para menos. La Casa Blanca, uno de los mayores escándalos políticos de un presidente de la República en la era moderna, debilitó en lo político a Enrique Peña y que afectó en un tema de legitimidad al actual gobierno federal.

El suceso fue un punto de quiebre para el presidente y para el propio andamiaje político del país. La corrupción se colocó como un tema central en la agenda de los partidos políticos y de la sociedad civil. Y decirlo que el sexenio peñista, tras el escándalo del inmueble, logró, involuntariamente, mono tematizar a la corrupción y dejar de lado logros de la administración federal.

Logros que hasta hoy se mantienen en una dimensión intrascendente.

Otro punto, los normalistas de la escuela rural de Ayotzinapa, aún desaparecidos.

Un país donde la violación de los derechos humanos y la cultura de impunidad permea en cualquier ámbito gubernamental y social.

Son más de tres años de aquel hecho que marcó una nueva agenda de justicia y de la verdad, para un presidente que defraudó por la impericia gubernamental para presentar a los culpables. Un evento donde la actuación del crimen organizado y del ejercito se situaron como probables responsables de la desaparición de los 43 normalistas.

México, además de ser observado por organismos internacionales en materia de los derechos humanos, es una nación castigada por la violencia y desde luego por la impunidad. Un nuevo factor público que mueve los valores y aspiraciones de una sociedad atomizada por los flagelos sociales.

Actualmente, votar en contra del PRI, es una salida de castigo y de sanción electoral para un gobierno que incumplió en un asunto de legalidad y justicia.

José Antonio Meade, el candidato antisistema y anti PRI, no logra ser el candidato que el actual momento mexicano exige.

Además de insustancial, la pre campaña presidencial del no priista se distinguió por ambigua y desposeída de  identidad partidaria.

Aunque los esfuerzos del PRI por generar la percepción de que Meade representa la ideología embrionaria de partido en el gobierno, esto fue un gesto que no logró convence a la militancia, y menos a una sociedad.

La alternancia partidaria en el 2018 no será consecuencia de un movimiento masivo y social repentino; será producto de un presidente y de un gobierno que burló la inteligencia de los mexicanos.

Y que por sus errores, el PRI confeccionó una nueva  transición en el  poder.

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