Entre cifras y realidades: la inseguridad como punto ciego del gobierno de Michoacán
Entre cifras y realidades: la inseguridad como punto ciego del gobierno de Michoacán
La política, dicen, es el arte de administrar percepciones. En Michoacán, el tema de la seguridad parece confirmar esa regla: mientras las cifras oficiales hablan de avances y contención del delito, la ciudadanía vive con miedo, desconfianza e impotencia. La más reciente Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Pública 2025 (ENVIPE) es contundente: el 93.6% de los delitos no se denuncian. Un dato que, por sí solo, debería ser suficiente para desmontar cualquier discurso triunfalista del gobierno estatal.
El problema no radica únicamente en la existencia de los delitos —que son alarmantes por sí mismos—, sino en la incapacidad de las instituciones para generar confianza. 836 mil 608 delitos ocurrieron en la entidad en un solo año, lo que se traduce en una tasa de 16 mil 572 víctimas por cada 100 mil habitantes y una incidencia de 23 mil 819 delitos por cada 100 mil habitantes. Sin embargo, al no ser denunciados, la mayoría de estos delitos jamás entran al radar de las autoridades, permitiendo a los gobiernos maquillar cifras y presentar realidades “administrables” en los informes oficiales.
La percepción que incomoda al poder
De poco sirve que los boletines de prensa insistan en la reducción de ciertos indicadores cuando la percepción ciudadana revela que ocho de cada diez michoacanos (80.9%) viven con el temor de ser víctimas de un delito. Apenas el 44.9% se siente seguro al caminar de noche cerca de su hogar, una estadística que muestra que la inseguridad no es una construcción mediática, sino una vivencia cotidiana.
Aquí se abre un dilema político: ¿puede un gobierno presumir avances cuando su población vive atemorizada? La percepción, aunque intangible, es tan poderosa que termina por anular cualquier logro parcial. Lo cierto es que la gente no vive de gráficas, vive de la experiencia diaria: del miedo a ser extorsionado, del sobresalto al escuchar disparos en su colonia, o de la certeza de que, si es víctima de un fraude, difícilmente encontrará justicia.
El costo de la impunidad
El fraude, la extorsión y las amenazas son los delitos más comunes en la entidad, todos ellos con un alto impacto económico y psicológico. El costo económico del delito en Michoacán alcanza los 10 mil 47 millones de pesos, con un promedio de 7 mil 643 pesos por persona afectada. Las pérdidas directas suman 6 mil 391 millones de pesos, una cifra que no aparece en los discursos políticos, pero que sí vacía los bolsillos de las familias y golpea la economía local.
La impunidad —ese 93% de delitos que jamás se denuncian o se investigan— es el verdadero cáncer que carcome a la sociedad michoacana. Y, paradójicamente, es también el recurso que permite a los gobiernos sostener narrativas de control. Porque mientras no haya denuncias, las estadísticas oficiales seguirán mostrando escenarios menos graves de lo que realmente ocurre.
La política detrás de las cifras
La pregunta que cabe hacerse es: ¿qué tanto está dispuesto el gobierno de Michoacán a reconocer la magnitud del problema? Las administraciones suelen abrazar los números que les son favorables y minimizar aquellos que ponen en evidencia sus limitaciones. Pero en un estado como Michoacán, con una larga historia de violencia, crimen organizado y fragilidad institucional, la seguridad no puede reducirse a un juego de percepciones administradas.
La política de seguridad debe ir más allá del control del discurso. La ciudadanía no quiere explicaciones técnicas ni narrativas de éxito: quiere garantías reales de que caminar por la calle no es un riesgo, de que denunciar no es una pérdida de tiempo, y de que la justicia es posible más allá de los papeles.
Un desafío de confianza
En este contexto, la verdadera pregunta no es si el gobierno logra reducir la incidencia de ciertos delitos, sino si logra recuperar la confianza de la gente. Porque mientras la mayoría de los delitos no se denuncien, mientras los ciudadanos prefieran callar por miedo o por desconfianza, y mientras la percepción de inseguridad siga siendo tan elevada, cualquier cifra oficial será recibida con escepticismo.
La brecha entre la realidad ciudadana y la narrativa gubernamental se ha convertido en un abismo político. Y en ese abismo, lo que está en juego no son solo las estadísticas, sino la legitimidad misma de las instituciones. Michoacán no necesita más discursos de éxito: necesita gobiernos capaces de reconocer la magnitud del problema, enfrentar la impunidad y, sobre todo, recuperar la confianza perdida.
Porque al final, en política como en seguridad, la percepción no es un adorno: es la medida más clara de la realidad.
