Crepúsculo de dioses o derrumbe de fetiches
José Elías Romero Apis
Mucho se ha dicho que la única razón por la que Claudia Sheinbaum ha sido la favorecida es porque sería una presidenta pelele, alcahueta y tapadera. Yo no creo en ello. No conozco el fondo de su alma, pero sí conozco muy bien el fondo de la política.
El poder no se comparte. Cuando mucho, se reparte. Yo te doy tu rebanada, pero no metas la mano en mi plato ni en la charola del pastel. Poder que se comparte no es poder ni en los maximatos ni en los triunviratos ni en los directorios ni en las regencias. La anarquía no se presenta cuando nadie manda, sino cuando todos mandan. La ausencia de poder equivale a la anemia. El exceso de poder equivale a la leucemia.
Por eso, si México tuviera dos presidentes, la verdad es que no tendríamos ninguno. Pero nos debe consolar que eso no se dará. Bien sea con Claudia Sheinbaum o con Xóchitl Gálvez, el actual Presidente ingresará a su postimperium o quizá ya ingresó en ello.
Pascal Beltrán del Río nos dice que ya existe un jaloneo por la regencia capitalina. Clara Brugada no es la candidata de AMLO, pero tampoco lo es Omar García Harfuch. Luego, entonces, si descarrilan al candidato de Sheinbaum nada más sería para hacerle la mala obra. Ya llegaron al eterno punto de quiebre. Yo lo he presenciado ya nueve veces y, a la corta o a la larga, siempre ha ganado el que llega y ha perdido el que se va. ¡Ojo!, la corta son 10 días y la larga son 10 meses.
El expresidente que respeta al nuevo presidente y a los anteriores merece ser respetado por el nuevo y por los del pasado. No se le tocan sus bienes ni sus derechos ni sus libertades, salvo las de expresión de ideas y las de participación política. El presidente dura seis años. Ni un día menos, pero ni un día más. La paz es el respeto al sexenio ajeno.
En nuestra política, los expresidentes deben cerrar la boca. No abrirla ni para defenderse, mucho menos para atacar. No hablar ni de futbol, mucho menos de política. No disertar ni sobre la historia, mucho menos sobre el porvenir. Plutarco Elías Calles me sirve de testigo.
Conozco muchas crónicas y comparto una de ellas. Cuando Gustavo Díaz Ordaz renunció como embajador ante España, apenas comenzaba el sexenio de José López Portillo y corrían muchos rumores sobre el mando prorrogado de Luis Echeverría. Ello inquietaba a políticos, a inversionistas y a gobiernos extranjeros, ante la incertidumbre de tratar con un gobierno de conductor ignoto.
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Díaz Ordaz declaró que renunciaba por razones de salud, ya que estaba muy enfermo de los ojos, pues veía dos presidentes. Jesús Reyes Heroles tradujo a su presidencial jefe que ese mensaje no era de un guasón simpático, sino de un verdugo terrible. De inmediato, López Portillo despidió a los echeverristas que aún sobrevivían en su gobierno. Pocos días después, el propio Echeverría fue invitado a asumir nuestra embajada más lejana y más alejada. Para todos quedó claro que sólo había un presidente.
El propio talento de Reyes Heroles impuso el apotegma de que se gobierna para todos, pero no con todos. El hombre de Estado que es inteligente sabe que los sexenios tan sólo duran cinco años y que el sexto únicamente sirve para recoger el tiradero y medio limpiar la casa. Para que el presidente que venga no se vaya a embarrar con la presidencial melcocha de su antecesor.
Pero también sabe que el mejor año del sexenio debe ser el séptimo. Es cuando lo deben extrañar sus gobernados y presumir sus amigos, si es que la supo hacer bien, o cuando lo van a perseguir y a maldecir por sus desastres y fracasos.
Los gobernantes son muy efímeros. Más transitorios mientras mejor sea la democracia. Solamente los ciudadanos somos permanentes. Después de que los gobernantes se largan, solamente nosotros permanecemos, para contar lo que ellos hicieron de bueno o de malo con nosotros. Lo que les debemos, sí es que algo les debemos, así como lo que ellos quedaron a debernos por su incumplimiento o por su traición.