Vive la magia en Michoacán, dice Sectur
Para el puente de asueto que se avecina, Michoacán vuelve a ofrecer a turistas y visitantes experiencias sorprendentes a través de sus ocho Pueblos Mágicos.
En ellos encontrarán historia, cultura, gastronomía, arquitectura vernácula, antiguas minas y naturaleza pródiga, refirió la secretaria de Turismo Estatal, Claudia Chávez López.
La funcionaria destacó que pocos lugares en México pueden presumir más de 500 años de historia como Pátzcuaro, lugar extraordinario de calles empedradas, casas señoriales, plazas arboladas y portales siempre concurridos. Un pueblo que conserva el encanto provinciano de sus cuestas, fuentes, templos y rituales cotidianos.
El Pueblo Mágico de Pátzcuaro, fundado por Don Vasco de Quiroga, no necesita de artificios para cautivar al viajero.
Está también el Pueblo Mágico minero de Angangueo, enclavado en una barranca, que serpentea entre cerros boscosos; las montañas que lo rodean son el refugio invernal de millones de mariposas Monarca, que pueden visitarse desde los santuarios de Sierra Chincua y El Rosario y, en sus entrañas, las montañas guardan celosas un preciado mineral.
Cuitzeo a orillas del lago, un pueblo que fue misión y hoy es Mágico, ahí los purépechas se asentaron en la ribera norte del lago y, en 1549, los agustinos lo eligieron para ubicar el convento desde el cual emprenderían la evangelización de esta región. El magnífico conjunto conventual de Santa María Magdalena alberga hoy el Museo de la Estampa. Los murales en la Capilla de Indios, el claustro y especialmente la magnífica sala capitular demuestran la gran relevancia de Cuitzeo en la evangelización de Michoacán.
Jiquilpan, Pueblo Mágico bohemio, hogar de artistas y refugio de tradiciones en la región Zamora, es un apacible pueblo de animados portales, frondosos jardines, hermosos templos y agradables paseos.
Un pueblo que se cubre de un velo azul cuando las jacarandas florecen, pueblo apasionado por el arte que está presente en cada rincón del lugar: en los talleres de seda y artesanías, en la música, en la gastronomía. También en los sorprendentes magiscopios de Feliciano Béjar o en las paredes de la Biblioteca, con impresionantes murales del gran maestro José Clemente Orozco.
Santa Clara del Cobre, al sur del río Silencio, en donde el martilleo del cobre suena familiar como el tañido de una campana.
En Santa Clara el cobre es un estilo de vida. Ya los purépechas lo trabajaban antes de la colonia, fabricando joyas, máscaras y ollas.
Durante la época colonial, Santa Clara era reconocida por la calidad del trabajo de sus artesanos. El cobre de este Pueblo Mágico se hizo universal cuando se transformó en pebetero para los Juegos Olímpicos de México de 1968.
Tacámbaro promete encanto provinciano, pero depara varias sorpresas al viajero, este Pueblo Mágico presume de temperatura perfecta; ubicado entre las montañas y Tierra Caliente, la brisa fresca y el viento cálido se alterna, bailan y se mezclan. Aguacate, zarzamora y caña de azúcar son tradicionales ahí.
En el entorno del pueblo, cascadas como la del Arroyo Frío con su caudalosa e impresionante caída y lagunas como La Alberca ofrecen posibilidades para un día en naturaleza.
El Pueblo Mágico de la Navidad, Tlalpujahua, es un pequeño rincón del pasado minero, aferrado a un cerro, superviviente de tragedias y heredero de la tradición más hermosa de la Navidad.
En lo alto, la impresionante estampa de la Parroquia de San Pedro y San Pablo contrasta en su esplendor barroco con la sobriedad de San Francisco, el primer templo del lugar, en su parte baja. En medio, una sucesión de calles empedradas, portales pintorescos, plazas soleadas y fachadas cubiertas de flores. El Pueblo Mágico de Tlalpujahua es hoy conocido en todo México por la producción de esferas navideñas.
Tzintzuntzan, el Pueblo Mágico que tiene un pasado glorioso como capital del imperio purépecha; en la conquista, Tzintzuntzan se convirtió en la primera ciudad de Michoacán y fue, muy brevemente, sede episcopal. Del esplendor de la época prehispánica quedan las imponentes Yácatas, restos del centro ceremonial de una cultura que desde el S. XII dominaba estas tierras.
Vasco de Quiroga llegó a Tzintzuntzan en 1533. Ahí fundó el convento de Santa Ana, alrededor del cual creció este Pueblo Mágico. Hoy pervive la arquitectura vernácula de casas de un piso, techos de teja y grandes alerones. Además, 33 olivos centenarios dan sombra al extenso atrio del convento, un lugar de encuentro para la comunidad. Ahí se celebró la primera misa en Michoacán y desde este convento se inició la evangelización, por ello la capilla abierta y la pila bautismal de inmersión. Hoy, el ex convento alberga el Museo Comunitario Tzintzuntzan, con una interesante muestra de la historia de la región.